Llámanse con este apetitoso nombre las personas del género masculino y femenino, crías de madre y padre inocentes.
Me lo temía. Nadie en su sano juicio ha picado en el anzuelo. Como diciendo: las bromas no van conmigo ni con mi espíritu.
Las inocentas se nutren cada mañana y cada atardecer del alimento que les suministra su padre, con permiso de su madre, que las parió y las echó sin miramientos a este ruedo traidor donde por todo alimento solo encuentran leche buena, la mejor del Mercado Libre. Sin condensar, en estado puro, blanco, líquido, endulzado, de larga duración, por lo menos hasta que se presenta como un tsunami la leche mala. Ésta ya es malaleche. Mala mala.
Hoy no sé si podré zafarme de mis amigos/'gas' invisibles que aprovecharán para sonreir a mi costa.
¡Que se atrevan las Inocentas!
Y no nombro a nadie, que los pondría en la pista.
¡Cómo olvidar los momentazos aquéllos en que mi vecino el carnicero recibió la visita del Inspector de Mostradores!
O aquél otro, ya demasiado, en que la Family-Blanchs se enderezó al Ayuntamiento, a recibir la plaquita de objetos perdidos...
Y qué decir de la citación para someterse a examen psicotécnico en la Autoescuela más próxima. Hubo testigo de excepción.
Con estos ingredientes me entran temblores.
Me da el sofoco de la leche buena.
A ver si me sosiego un poco.
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