Estoy enfrascada en una fase decisiva del sueño, cerca del amanecer, creo, a juzgar por la neblina azulada lechosa que medio me ilumina. Cuando se está a un paso de alcanzar el final feliz y el día se precipita.
Súbitamente dejo el sueño en suspenso, siento una presión blandita que mulle mis tobillos y mis rodillas. ¿Qué suave tacto es éste, que me acaricia?
_No, ¡no puede ser!, exclamo sin discernir sueño de realidad.
Movida como por un resorte, parpadeo, miro de reojo, me incorporo de un brinco endiablado y en ese mismo momento, en salto de tigre, hace lo mismo huyendo por la ventana ¡un gato pardo con pintas negras!
De película. Todo ha sucedido a increíble velocidad. En un instante el felino fatal se ha cargado el tiempo onírico profundo, cuando la realidad se vive irreal, precisamente. Cuando la sensación gana en levedad y el espacio parece materia flotante, flotante.
_¡¡Mal gato!!, he acertado solo a gritar.
Apenas el suceso ha ocurrido en cinco segundos. Cinco eternos segundos, cinco. No ha hecho falta más para espantarnos, el misino, naturalmente y yo, por razones obvias.
Del gato no he vuelto a tener noticas. Ni ganas me quedan si no es porque en la próxima aparición estaré prevenida y le plantaré cara. Si quiere un cuerpo a cuerpo, lo tendrá. Me sobran arrestos.
Por lo pronto, hoy cierro la ventana, manque me abrase.
Si regresa, que llame y ya decidiré si abro o le propino un estacazo.
Lo tiene merecido.
¡Qué negras tenía las pintas sobre marrón!
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