Este pasado fin de semana ha sido de frenética actividad artístico-poética. A un paso de 'mi pueblo', en otro que acoge la fertilidad del Jalón, se instaló todo un espacio para el saber. Para el recuerdo y el homenaje al siempre Miguel Hernández.
Allí resonaba apenas el taconeo de los zapatos.
Entre torretas altas de madera se enmascaraba el Laberinto y fue con la espiralma todo sencillez de los entregados a la poesía pura. Miguel y Ángel Guinda. Miguel y los simpatizantes. Miguel y la editora. Miguel y las eternas del Club. Miguel, el de la huerta oriolana y los escolares, a revueltas con los adultos, pisando la silenciosa alfombra de colores. Tampoco faltaba la actriz que sacó de sus adentros una nana de la cebolla, esta vez algo endurecida, y la fue incrustando a viva voz por entre la blandura de la arena roja. ¡Pobre mi nana, casi perdida en el espacio finito del laberinto!
Para entonces ya habían vibrado justos y cabales los "vientos del pueblo". Solo faltó reponerles la musiquilla que los popularizó. Mi querida Te.Ce. lo sabe muy bien. Se lo propondremos para la siguiente manifestación contracultural cualquier próximo día.
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Vientos del pueblo me llevan,
Vientos del pueblo me arrastran,
Me esparcen el corazón
Y me avientan la garganta....
(M. Hernández)
Qué bonito. Un abrazo. jka
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