Casi todos los apaños domésticos suelen tener un final feliz.
Si se trata de chapuzas de bricolaje, por las mejoras conseguidas.
Si el tema era modificar los complementos del hogar, por el gustirrinín que se siente de ver por fin la casa como un pincel, con otro toque de confort, o sea sin ir más lejos por la cortina y el estor a juego que decidiste para que todo gane en aire de modernidad, harta de la decoración durante ocho lustros. Hoy toca renovarse.
¡A por ello! Una escueta sinopsis de los hechos gloriosos basta y sobra para captar las menudencias de lo ocurrido:
En esta ocasión, la pericia irrefutable del cortinero y la tecnología punta de su ayudante obraron el milagro, pero por los pelos, no vayáis a pensar!
La faena estaba programada para realizarse en una horica escasa. Dos a lo sumo. Daba tiempo de ir al cumple de Pablo. Eso tenía planeado.
Hasta que se enredaron los cables de mala manera y ya la debacle casi total.
El cortinero, mi amigo de toda la vida, subido a carramanchones en la escalera, daba órdenes precisas al ayudante: "!Destornillador!- No, no sirve. Cambio. -Otro destornillador de estrella. Tampoco. -A ver, martillo y tenazas! ¡Ya, fuera lo viejo. Vayamos a una nueva agujereación-colocación"!
Y comenzaba imparable el fragor de las sudaderas a fuerza de tanto subir y bajar los peldaños.
-"A ver, ese taladro, dale firme, que entra, que entra!
-¡¡Socorro, entroooooooooó, pum, hasta el fondo sin fondo!! Oh, con esto no se contaba. Tremendo desconcierto. El orificio daba de sí para dos manos a lo largo. ¿El diámetro? Vamos, que cabía un poste, fijo.
¡Madre mía, no daba pena la perforación de la pared, con semejante 'aujero'. Lo que movía a compasión era los chorros de sudor que caían por la cara descompuesta del cortinero y su hermano, subcortinero técnico que lo miraba desesperadmente... Ni más ni menos aquello era caer la gota gorda. Inenarrable lo de los 'ex- pinillas'. El paso siguiente era apañar del mejor modo el estropicio, y que cortina y estor fueran colocados como estaba mandado ocurriese. En este punto crucial intervienen al alimón la casualidad y la destreza . Y tener a mano un cacho madera bien largo y gordo, tanto como el mencionado boquete.
Así se hizo, quedando repañado el desperfecto a toda prisa. Todo el trabajito llevó sus buenas cuatro horas, alto bajo.
La anécdota culminó sin más contratiempos, menos mal. Y en premio, fuese el cortinero obsequiado con una cerveza fría. Se la había ganado a pulso, para ser justos. Aunque para la próxima, le encargaré una prospección previa, por si acaso.
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