domingo, 4 de octubre de 2009
ENCAJE DE BOLILLOS
Para ser exactos hay que decir que todos somos buenos aunque no lo parezcamos. Los prismas con los que mirar son infinitos y en tal infinitud siempre queda un espacio que alguien aprovechará para sí. Por ahí va la afirmación primera.Tuve por vecino, hace un sinfín de años, a un señor, el señor Faustino, navarrico, de Cintruénigo, cuya esposa era sorda casi absuluta, o auténticamente que no oía, no sé cuál es la diferencia. Ésta recriminaba al atribulado marido por su "corazón endurecido", a lo que él apostillaba:-¡"Tengo el corazón como un tomate !"("para quien se lo merece", añadía por lo bajini). Lástima que la señora Teresa nunca supo de la blandura del músculo cardíaco de Faustino, entre otras cosas, porque jamás lo cató. Pero la señora Teresa era una señora encajera que hacía divinidades de encajes, de guipur, de filtirés. Manejaba los bolillos con precisión de sorda ensimismada. El tenue y persistente chocar de los palillos emitía un sonido que traspasaba el tabique en las tardes tibias de verano cuando solo alguna chicharra mezclaba el ruido de sus élitros con el tintineo de la madera, sutil. De tanto en tanto flotaba en en aire limpio de palabras alguna frase a modo de consulta lanzada por las aprendizas de la labor. La sordera de la maestra artesana no daba lugar a respuesta. Eran suficientes las miradas de aprobación o reprobación que juzgase la Señora Teresa, mi vecina encajera. El señor Faustino jamás pisó la iglesia. Juraba como carretero, tenía fe inquebrantable en la Virgen de la Piedad, que nadie osara quitársela, y de su boca salían a diario sapos y culebras. Puras blasfemias de las de por aquel tiempo. (Sin más preámbulos, hubieran de ser causa de conducción hasta la comisaría más próxima, a juicio del riguroso "Sargento Blanco", azote de descreídos y blasfemos). Murió cristianamente, don Faustino, habiendo pedido el viático a su vecino, cura de toda la vida. Corría el verano de 1962. Estaban los Zenter y comíamos melones y sandía. Calle Padre Manjón, 48. Aún no existía más que el firmamento, la luna y las estrellas. El resto fue creado poco a poco, hasta hoy. Y ahí seguimos. Crónica que don Faustino Monforte y doña Teresa Gámez nunca imaginaron fuera escrita
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el patio de mi casa