miércoles, 15 de diciembre de 2010

LOS REYES TUVIERON LA CULPA




Aquella noche, frágil para la memoria, marcó el comienzo de una nueva Era. Es muy sencillo.
Siempre he tenido pendiente de contar un secreto que me corroía.
Total, que en vida de mis santos padres, era impensable airear los malos pensamientos, pero los malos de verdad, se entiende, y nunca tuve fuerzas para gritarles que 'aquella noche aciaga' dejé de creer. Con todas las consecuencias para la posteridad.
Y poco a poco fui arrinconando el secreto en el plano del olvido absoluto.
Hasta que me tocó la china de ser yo también Rey Mago. Ya que no Reina, y no Maga.
Sí señores, aquél  era el punto de partida que amargó mi niñez y si me descuido, mi adolescencia, y de forma pareja, las de mis hermanos más cercanos por edad.
¡Qué ruina emocional la que soporté año sí, año también, tragando el sapo de que nuestros Reyes eran los únicos verdaderos, los Santos , los de liturgias e iglesias. No esos otros vulgares reyezuelos, ¡los Padres!  que colmaban la fantasía de "los que no creen", que era el peor pecado que ensombrecía a los que no eran como nosotros. Razón suficiente por la que nadie de la chiquillería recibía regalos en la noche fantasmal de los Reyes, con mayúscula.  Ante tal dilema, hala, a creer todo el mundo y basta.
Esquema simple de un diálogo de besugos:
"-Mamá, papá ¿Y por qué a X Y Z no les echan nada?
-Porque no creen, ¡ignorante! Y no se hable más.
(Retumba en mi oído un soniquete  durísimo, materno)
-Noche de Reyes, prontito a dormir, que si no los reyes no querrán...."
(La voz paterna, enmudecida, callaba más que otorgaba)
Así de tajante tuvo que ser nuestra adhesión inquebrantable a la fe en los de Oriente, hasta que todo el cotarro se vino abajo, y se tornó en una engañufa como la del resto.
Bastó un registro ocular a conciencia  hasta topar en el fondo del baúl ¡el baúl de toda la vida!, con  los codiciados envoltorios que Sus Majestades aguardaban hasta la madrugada fría de la  noche misteriosa.
Ya no hubo vuelta atrás cuando en un amago de ceguera momentánea sopesé hacerme la tonta, por si acaso aquello  hubiera sido solo un mal sueño. Con suerte, al día siguiente me esperarían regalos distintos. Esa esperanza albergaba en vano y la ilusión se desvaneció para siempre.
Fue pues la Nada. Se me helaron los pies. Creo que un poco hasta el alma sin dobleces que hasta entonces me guiaba por sendas de inocencia: No había más cera que la que ardía. Los regalicos que pillé la víspera, y no otros, fueron lo que no debía haber sido.
Y  desde aquel crítico instante, mis padres pasaron a ser más de carne y hueso, como los miles de padres que en el mundo han sido. Tanto o más timadores, aunque en gracia de dios, faltaría  más. Mientras,  yo supe que no tenía porvenir en el bando de las legiones creyentes.  Con pesar, ya  en adelante tuve contados los días de militancia entre las filas de los 'blancos' en terreno de la fe.
¡Por qué insignificancia la perdía para siempre!




2 comentarios:

  1. Jósé, tu hermano, almacena un bagaje muy parecido al tuyo. Te lo había escrito pero el sistema lo rechazó, y así preferí ponerte esta breve nota anónima. Otro día empezaré de nuevo mi triste y sonriente comentario. José

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  2. Como te decía, querido José, mis sospechas sobre las dudas existenciales que afligían a toda la comunidad Blanco-Unzué eran más que fundadas. Pero ya ves, ¡selladas permanecieron nuestras bocas para que por ellas, menos mal, no entraran moscas...! Valga la ironía Tu hermana Pili

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