viernes, 28 de enero de 2011

¿QUIÉNES SOMOS, CANÓNICOS?




¿Qué somos? ¿Lo que aparentamos?
¿Lo que nos encantaría ser?
Como mínimo somos lo que somos (1)
Y lo que comemos (2)
Y lo que leemos (3)
Y lo que amamos (4)
Y lo que dejamos de amar (5)
La relación se torna insensatamente larga.
Me quedo con el primer epigrafe, que da mucho de sí:
No es fácil tomar conciencia acerca de quién se es si no sabemos quiénes somos a la vista de los demás.
Sucede que en la vida privada, sin que concurra absolutamente ningún factor testigo, proyectamos nuestro verdadero perfil: particular, intransferible. Es entonces cuando uno se siente ser. Y paralelamente ponemos en juego como etiquetas para que los demás nos vean en esa otra realidad, maquillada o al menos controlada, de la que también somos dueños. Lo que ocurre en cuanto dejamos de estar solos.
A costa de pensar y decidir quién diablos soy llego a la conclusión de no ser aún nadie.
¿Es imaginable que nuestros políticos decisivos se entretengan en estas sesudas reflexiones?
O probablemente hayan decidido su particular carta de presentación para que los veamos, amemos y odiemos tal cual son, sin doble vida, aunque sea bella.
En cuanto a mí, sigo deshojando la margarita.
Descorazonadora la duda. Pensaba estar en posesión de mi filiación por la que, dícese, pasaré a la historia, cuando me asalta la voz de la conciencia recordándome machacona mi maldita 'doble' personalidad. Solo oigo un rumor acuoso que proclama la inocua verdad: "...Pero si es "buena gente"...!











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